viernes, 29 de septiembre de 2017

Esopo / La zorra y el espino





Esopo
La zorra y el espino

Una zorra que saltaba sobre unos montículos estuvo de pronto a punto de caerse. Se agarró a un espino para evitar la caída, pero sus púas le hirieron las patas.

-Acudí a ti por tu ayuda, y más bien me has herido -dijo, adolorida.
  
- Tu tienes la culpa por agarrarte a mí -respondió el espino-. Hiero a todo el mundo y tú no eres la excepción.



miércoles, 27 de septiembre de 2017

Esopo / La zorra y el leñador




Esopo
La zorra y el leñador

Una zorra, perseguida por los cazadores, llegó a la casa de un leñador y le suplicó que la escondiera. El hombre la dejó entrar.

Casi de inmediato llegaron los cazadores y le preguntaron si había visto a la zorra.

El leñador les dijo que no, pero con su mano disimuladamente señaló el rincón de la casa donde se había escondido.

Los cazadores no comprendieron la seña y se confiaron únicamente en la palabra.

La zorra, al verlos marcharse, salió sin decir nada.

-¿No me das las gracias por haberte salvado? -le reprochó el leñador.

Y la zorra respondió:

-Te hubiera dado las gracias si tus manos y tu boca hubieran dicho lo mismo.


domingo, 24 de septiembre de 2017

Esopo / La zorra y los racimos de uvas



Esopo
La zorra y los racimos de uvas


Una zorra hambrienta vio, colgados de una parra, unos deliciosos racimos de uvas.

Saltó varias veces y no pudo alcanzarlos. Al fin, se alejó diciéndose:

-Ni siquiera me agradan, están tan verdes.





miércoles, 20 de septiembre de 2017

Margaret Atwood / Dos hombres, dos mujeres

Elisabet Moss
The Handmaid's Tale
Poster de T.A.


Margaret Atwood

DOS HOMBRES, DOS MUJERES
El hombre del bigote nos abre la pequeña puerta para peatones, se hace a un lado y pasamos. Sé que mientras avanzamos, mi doble y yo, estos dos hombres -a quienes aún no se les permite tocar a las mujeres- nos observan, nos tocan con la mirada, y muevo un poco las caderas y siento el balanceo de la amplia falda. Es como burlarse de alguien desde el otro lado de la valla, o provocar a un perro con un hueso poniéndoselo fuera del alcance, y enseguida me avergüenzo de mi conducta, porque nada de esto es culpa de esos hombres, que son demasiado jóvenes.

Pronto descubro que en realidad no me avergüenzo. Disfruto con el poder: el poder de un hueso, que no hace nada pero está ahí. Abrigo la esperanza de que lo pasen mal mirándonos y tengan que frotarse contra las barreras, subrepticiamente. Y que luego, por la noche, sufran en los camastros del regimiento. Y ahora no tienen ningún desahogo a excepción de sus propios cuerpos, y eso es un sacrilegio. Ya no hay revistas, ni películas, ni ningún sustituto; sólo yo y mi sombra alejándonos de los dos hombres, que se cuadran junto a la barrera mientras observan nuestra figura.


Margaret Atwood
El cuento de la criada
Ediciones B, Barcelona, 2001, p. 35









martes, 19 de septiembre de 2017

Margaret Atwood / Había una vez dos hermanas

Ilustración de Triunfo Arciniegas

Margaret Atwood
HABÍA UNA VEZ DOS HERMANAS

Había una vez dos hermanas. Una era rica y no tenía hijos, la otra tenía cinco hijos y era viuda, tan pobre que ya no le quedaba nada de comer. Fue a ver a su hermana y le pidió un pedazo de pan. ‘Mis hijos se están muriendo’, dijo. La hermana rica respondió, ‘No tengo suficiente para mí’, y la echó de su casa. Luego el marido de la hermana rica llegó a su casa y quiso cortar un trozo de pan, pero al hacer el primer corte, brotó sangre roja. Todos sabían lo que eso significaba. Es un cuento maravilloso, un cuento tradicional alemán.


Margaret Atwood / Había una vez dos hermanas
Margaret Atwood / Dos hombres, dos mujeres

Margaret Atwood / Cadáver


sábado, 16 de septiembre de 2017

Francisco Rodríguez Criado / Amantes




Francisco Rodríguez Criado

AMANTES

Imposible ignorar la identidad de aquella mujer recostada sobre su pecho. Era su esposa, la madre de sus hijos, quién si no. Pero había regresado del sueño con tantos deseos de dar y recibir, que sucumbió a la fantasía más infame: pensó que era una desconocida y la estrechó cariñosamente entre sus brazos. Ella, envuelta aún en la resaca del sueño, no pudo sospechar que aquellos brazos dulces pertenecían a su marido. Nunca antes, reflexionaron cuando todo hubo acabado, habían sido tan infieles el uno al otro. El llanto de un niño, procedente de una de las habitaciones contiguas, no hizo sino agravar ese sentimiento. Y no por amor sino para repartirse la losa de la culpa, volvieron a abrazarse.

Francisco Rodríguez Criado
Siete minutos






viernes, 15 de septiembre de 2017

Luis Mateo Díez / El tilo





Luis Mateo Díez

EL TILO

Un hombre llamado Mortal vino a la aldea de Cimares y le dijo al primer niño que encontró: avisa al viejo más viejo de la aldea, dile que hay un forastero que necesita hablar urgentemente con él.

Corrió el niño a casa del Viejo Arcino que, como bien sabía todo el mundo en Cimares, tenía más edad que nadie.

Hay un forastero que le quiere hablar con mucha urgencia, dijo el niño al Viejo.

Las prisas del que las tiene suyas son, la edad que yo tengo me la gané viviendo con calma, si quiere esperar que espere.

El hombre daba vueltas alrededor de un tilo muy grande que había en la entrada del pueblo. Cuando volvió el niño y le dijo lo que le había comentado el Viejo Arcino, estaba muy nervioso.

Es poco el tiempo que queda, musitó contrariado, una docena más de vueltas al árbol y termina el plazo.

El niño le miraba aturdido, el hombre le acarició la cabeza: lo que menos vale de la edad de un hombre es la infancia, dijo, porque es lo que primero acaba. Luego viene la juventud, siguió diciendo mientras volvía a dar vueltas, y nada hay más vano que las ilusiones que en ella se fraguan. El hombre maduro empieza a sospechar que al hacerse más sabio, más se acerca a la muerte, entendiendo que la muerte sabe más que nadie y siempre sale ganando. De la vejez nada puedo decir que no se sepa.

El Viejo Arcino llegó cuando el hombre estaba a punto de dar la docena de vueltas.

¿Se puede saber lo que usted desea, y cuál es la razón de tanta prisa?…, le requirió.

Soy Mortal, dijo el hombre, apoyándose exhausto en el tronco del tilo.

Todos los somos, dijo el Viejo Arcino. Mortal no es un nombre, Mortal es una condición.

¿Y aun así, aunque de una condición se trate, sería usted capaz de abrazarme?…, inquirió el hombre.

Prefiero besar a ese niño que darle un abrazo a un forastero, pero si de esa manera queda tranquilo, no me negaré. No es raro que llamándose de ese modo ande por el mundo como alma en pena.

Se abrazaron bajo el tilo.

Mortal de muerte y mortandad, musitó el hombre al oído del Viejo Arcino. El que no lo entiende de esta manera lleva las de perder. La encomienda que traigo no es otra que la que mi nombre indica. No hay más plazo, la edad está reñida con la eternidad.

¿Tanta prisa tenías…? inquirió el Viejo, sintiendo que la vida se le iba por los brazos y las manos, de modo que el hombre apenas podía sujetarlo.

No te quejes que son pocos los que viven tanto.

No me quejo de que hayas venido a por mí, me conduelo del engaño con que lo hiciste, y de ver asustado a ese pobre niño…



Luis Mateo Díez
El árbol de los cuentos





miércoles, 6 de septiembre de 2017

Rosario Barros Peña / La tristeza



Rosario Barros Peña

LA TRISTEZA


El profe me ha dado una nota para mi madre. La he leído. Dice que necesita hablar con ella porque yo estoy mal. Se la he puesto en la mesilla, debajo del tazón lleno de leche que le dejé por la mañana. He metido en el microondas la tortilla congelada que compré en el supermercado y me he comido la mitad. La otra mitad la puse en un plato en la mesilla, al lado del tazón de leche. Mi madre sigue igual, con los ojos rojos que miran sin ver y el pelo, que ya no brilla, desparramado sobre la almohada. Huele a sudor la habitación, pero cuando abrí la persiana ella me gritó. Dice que si no se ve el sol es como si no corriesen los días, pero eso no es cierto. Yo sé que los días corren porque la lavadora está llena de ropa sucia y en el lavavajillas no cabe nada más, pero sobre todo lo sé por la tristeza que está encima de los muebles. La tristeza es un polvo blanco que lo llena todo. Al principio es divertida. Se puede escribir sobre ella, “tonto el que lo lea”, pero, al día siguiente, las palabras no se ven porque hay más tristeza sobre ellas. El profesor dice que estoy mal porque en clase me distraigo y es que no puedo dejar de pensar que un día ese polvo blanco cubrirá del todo a mi madre y lo hará conmigo. Y cuando mi padre vuelva, la tristeza habrá borrado el “te quiero” que le escribo cada noche sobre la mesa del comedor.



domingo, 3 de septiembre de 2017

Esopo / El águila y el escarabajo



Esopo

El águila y el escarabajo

La liebre, perseguida por un águila y ya sintiéndose perdida, le suplicó al escarabajo que la salvara.


Escarabajo pidió al águila que perdonara a su amiga. Pero el águila, despreciando la insignificancia del escarabajo, devoró a la liebre en su presencia.

Desde entonces, buscando vengarse, el escarabajo observaba los lugares donde el águila ponía sus huevos y, haciéndolos rodar, los tiraba a tierra. Viéndose el águila echada del lugar a donde quiera que fuera, le pidió a Zeus un refugio seguro para depositar sus futuros pequeñuelos.

Zeus le ofreció su regazo, pero el escarabajo, viendo la táctica escapatoria, hizo una bolita de barro, voló y la dejó caer sobre el regazo de Zeus. 

Se levantó entonces Zeus para sacudirse aquella suciedad y tiró por tierra los huevos sin darse cuenta. 

Desde entonces las águilas no ponen huevos en la época en que salen a volar los escarabajos.