viernes, 24 de febrero de 2017

Damaris Calderón / El hilo





Damaris Calderón

EL HILO



......... Trato de contar esta historia como mi madre usa el hilo.
......... Mi madre enrrolla el carretel en su dedo izquierdo, corta la hebra con los dientes y la puntada fluye. Pero mi historia se parte, y antes entrará el rico y el camello por el ojo de una aguja.
......... Como en la foto desvaída, siempre tengo un año y mi madre veintinueve, inclinada sobre mí, con el pelo cayéndole sobre la cara. La belleza de mi madre es de una intensidad dolorosa. Pero las enfermeras llegan y me salvan -a mí, para mi madre- del cierre del cordón umbilical.
......... Llamo historia al desgarrón para distanciarme. Mantengo la distancia precisa entre la aguja y el hilo, lo que va de una niña de un año a una anciana de veintinueve.
........ Trato de contar esta historia como mi madre.
........ Mi madre enrolla el carretel en su dedo izquierdo, corta la hebra con los dientes y la puntada fluye. Pero mi historia se parte, y antes entrara el rico y el camello por el ojo de la aguja.


MESTER DE BREVERÍA
Damaris Calderón / Duro de roer
Damaris Calderón / Intensidad

martes, 21 de febrero de 2017

Damaris Calderón / La intensidad



Damaris Calderón
LA INTENSIDAD



Eva Kruger tenía un nombre y unas tetas indudablemente alemanas. Un cuerpo, unos dientes fuertes y una cabeza y unas manos que gesticulaban con vehemencia. Un nombre para el amor (o para el pecado), sin embargo, su rostro mostraba siempre la impasibilidad de un asceta o un idiota. No era ninguna de las dos cosas, pero algo le faltaba: la intensidad.


La había visto en los ojos de los otros: los hombres y las bestias, y se sentía un monstruo, un animal sin especie definida.

Cuando se acostaba con su marido, a cuatro patas, como veía hacerlo a los caballos en el establo, resoplaba como una yegua. Pero era el dolor. No la intensidad.

¿Sería la intensidad tragarse el cielo a bocanadas, acostada en la yerba, mirando el techo de su cuarto como si las cuatro paredes no existieran?

Y cuando se cortaba un dedo y aparecía la sangre, pensaba: La intensidad, pero tampoco. 

Ni siquiera cuando estuvo en el hospital y las agujas entraban y salían de su cuerpo como las enfermeras de las habitaciones. Ni cuando le dijo a su marido: "Ponme la mano en el cuello" y le dio un ataque de asfasia, y vinieron los doctores y el oxígeno, y ella pensaba: "¡Qué alegría, me muero. Nunca hasta hoy respiré, nunca hasta hoy tuve pulmones!". Pero era un placidez, una vehemencia alucinada, no la intensidad. 

De tanto buscarla, de tanto convocarla con gestos premeditados, Eva Kruger se había vuelto insensible. Lo que era peor que lisiada o anorgásmica. 

-Dios mío, quítamelo todo, pero déjame sentir, déjame sentirme. 

.Cuando leía a los místicos perdía literalmente la cabeza: Santa Teresa y San Juan eran casi obscenos. Y Santa Hildergarda, con sus visiones. ¿Pero era la intensidad, o era literatura? 

Se le secaron las palabras, se le secó el gusto por la vida, se le secaron las tetas, al punto que ya no era reconocible su nacionalidad. 

Cuando la encontraron con los ojos en blanco, echando espuma por la boca, todavía no había alcanzado a comprender la ambicionada (y detestada) frase de Santa Catalina de Génova: "Si una gota de lo que yo siento cayera en el infierno, lo transformaría en el paraíso".





domingo, 19 de febrero de 2017

Damaris Calderón / Duro de roer



Damaris Calderón
DURO DE ROER

Hasta la quebradura de las rodillas, sus huesos habían sido siempre domésticos. Como los huesos de pollo que había visto en el caldo, en la sopa, cloqueando en el corral, antes de terminar triturados en los dientes del padre.
-Guárdame este hueso como hueso santo.

Y se sentaba en el portal, a chuparlos, comparándolos con las propias falanges. Y si le salía un orzuelo, el tío milagrero lo curaba con una peseta caliente o con un mate, y si una verruga, con la cruz de un hueso, que había que enterrar en el patio para que se pudriera. Como los otros.

La abuela se pudrió y quiso verlos a todos. Un racimo de plátanos para consuelo de una vieja: una familia.

Hasta que las rodillas se volvieron locas o se enfermaron de rabia y empezaron a morder lo que se les pusiera por delante.Y hubo que quitarle el bozal al perro y ponérselo en las piernas.






jueves, 16 de febrero de 2017

Beatriz Russo / La habitación


Beatriz Russo
LA HABITACIÓN

Ella entró en la habitación y se miró en el espejo.

Después abrió un cajón, sacó una fotografía antigua y pensó:

Ya falta menos para que no nos parezcamos en nada.



miércoles, 1 de febrero de 2017

William Shakespeare / Caballos


William Shakespeare
CABALLOS
Traducción de Ángel-Luis Pujante


Dicen que se devoraron entre sí.


William Shakespeare
Macbeth

 Acto Segundo, Escena IV
Libros del Zorro Rojo, Barcelona - Buenos Aires, 2012, p. 60





HORSES
by William Shakespeare

'Tis said they eat each other.

Macbeth
Act II, Scene IV
The Complete Works of William Shakespeare
RacePoint Publishing, New York, 2014, p. 865