martes, 7 de abril de 2015

Josefina Licitra / Sin red




Josefina Licitra
Sin red

Mi escritorio está en un primer piso y tiene un balcón. Y cada vez que subía a trabajar, desde hace meses, me detenía a mirar una tela de araña que estaba tendida entre dos de los barrotes del balcón de marras. Por una razón que jamás me expliqué –o más bien: que jamás me detuve a pensar- nunca quise quitar esa tela. Me fascinaba ver cómo se fortalecía la red, cómo esa tela de araña era la trama, al fin y al cabo, de una larga paciencia. Una vez incluso vi la araña –mínima- y sentí un respeto religioso por ella. Por ese mundo solitario y tenaz, pero sobre todo inexplicable, que tejía ese bicho ante mis ojos.

Pienso en esto ahora, después del diluvio, cuando subo a mi escritorio y veo que la tela de araña no está más. El agua barrio con ella, como barrió con tantas otras cosas. Y por primera vez después de veinticuatro horas de locura –de goteras, agua, mareas domésticas, papeles mojados, miedo: miedo a la próxima lluvia-, por primera vez después del caos, decía, me siento en mi silla, llena de supersticiones y de rezos al cielo, y pienso en mi araña con amargura en el pecho; como si la vida entera que habita en todas las cosas se hubiera escurrido por un tubo cloacal.




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