domingo, 26 de octubre de 2014

Jhon Agudelo García / Sonia lava la ropa




Jhon Agudelo García
Sonia lava la ropa

Los vecinos del primer piso oyen el agua caer por los tubos. Es la una de la madrugada. Sonia escurre la camisa y la cuelga en el cable del patio. Ahora se encarga del pantalón. Lo pone con cuidado sobre el lavadero de piedra y lo estrega con rabia. No quiere despertar a los niños. Remoja cada prenda con sutileza. Impidiendo que las gotas golpeen fuerte sobre el agua estancada. Sonia se avergüenza de la poca ropa que tiene su familia. Poca, desgastada, alguna rota. Sin embargo, prefiere extenderla en el patio de afuera y que los vecinos vean lo que le ofrece su marido, su vida de miseria. Es su marido quien la obliga a extenderla adentro, donde tarda más en secarse. Él sabe que así conserva su imagen exterior de buen padre. Para Sonia, su marido es un hijueputa que mil veces le ha prometido una lavadora. Cuando tiene el dinero, se desaparece varias noches y regresa con la ropa vuelta nada, oliendo a perfume de ramera. Sonia piensa en esto y empuña las medias y las desliza con violencia sobre las grietas del lavadero. Siguen manchadas. Las remoja con un poco de cloro y las vuelve a estregar. Ni los químicos estropean sus manos: los callos siguen intactos. Sólo le faltan los calzoncillos, salpicados con grumos amarillentos que Sonia no se atreve a mirar con detalle. Les lanza tres cocas de agua y les pasa cuatro veces la barra de jabón. Con una mano sostiene firme y con la otra frota con vehemencia. Las venas de los brazos le brotan como raíces. Suda. El sudor cae. Se mezcla con el agua sucia. Los escurre. Los levanta. A contraluz revisa que estén limpios. Los cuelga y se suelta el pelo. Se lo mece. Se abanica el cuello con un pedazo de cartón. El trabajo está casi terminado. Haciendo un gran esfuerzo, arrastra el cadáver unos centímetros. Ya sólo le falta limpiar el charco de sangre.


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