martes, 28 de agosto de 2012

Franz Kafka / El buitre


Franz Kafka
BIOGRAFÍA
EL BUITRE
    
Un buitre me picoteaba los pies. Ya me había desgarrado los zapatos y las medias y ahora me picoteaba los pies. Siempre tiraba un picotazo, volaba en círculos amenazadores alrededor y luego continuaba su obra. Pasó un señor, nos miró un rato y me preguntó por qué toleraba al buitre. 
    –Estoy indefenso –le dije–, vino y empezó a picotearme; lo quise espantar y hasta proyecté torcerle el pescuezo, pero estos animales son muy fuertes y quería saltarme a la cara. Preferí sacrificar los pies; ahora están casi hechos pedazos. 
    –No se debe atormentar –dijo el señor–, un tiro y el buitre se acabó. 
    –¿Le parece? –pregunté–, ¿quiere encargarse usted del asunto? 
    –Encantado –dijo el señor–, no tengo más que ir a casa a buscar mi fusil, ¿puede aguantar media hora más? 
    –No sé –le respondí, y por un instante me quedé rígido de dolor; después agregué–: por favor, pruebe de todos modos. 
    –Bueno –dijo el señor–, me apuraré. 
    El buitre había escuchado tranquilamente nuestro diálogo y había dejado vagar la mirada entre el señor y yo. Ahora vi que había comprendido todo: voló un poco más lejos, retrocedió para alcanzar el impulso óptimo, y, como un atleta que arroja la jabalina, encajó su pico en mi boca, profundamente. Al caer de espaldas sentí como una liberación; sentí que en mi sangre, que colmaba todas las profundidades y que inundaba todas las riberas, el buitre, irremediablemente, se ahogaba.







domingo, 26 de agosto de 2012

Franz Kafka / Un mensaje imperial

Frakz Kafka
BIOGRAFÍA
UN MENSAJE IMPERIAL

El Emperador –así dicen– te ha enviado a ti, el solitario, el más miserable de sus súbditos, la sombra que ha huido a la más distante lejanía, microscópica ante el sol imperial; justamente a ti, el Emperador te ha enviado un mensaje desde su lecho de muerte. Hizo arrodillar al mensajero junto a su cama y le susurró el mensaje al oído; tan importante le parecía, que se lo hizo repetir. Asintiendo con la cabeza, corroboró la exactitud de la repetición. Y ante la muchedumbre reunida para contemplar su muerte –todas las paredes que interceptaban la vista habían sido derribadas, y sobre la amplia y alta curva de la gran escalinata formaban un círculo los grandes del Imperio–, ante todos, ordenó al mensajero que partiera. El mensajero partió en el acto; un hombre robusto e incansable; extendiendo primero un brazo, luego el otro, se abre paso a través de la multitud; cuando encuentra un obstáculo, se señala sobre el pecho el signo del sol; adelanta mucho más fácilmente que ningún otro. Pero la multitud es muy grande; sus alojamientos son infinitos. Si ante él se abriera el campo libre, cómo volaría, qué pronto oirías el glorioso sonido de sus puños contra tu puerta. Pero, en cambio, qué vanos son sus esfuerzos; todavía está abriéndose paso a través de las cámaras del palacio central; no acabará de atravesarlas nunca; y si terminara, no habría adelantado mucho; todavía tendría que esforzarse para descender las escaleras; y si lo consiguiera, no habría adelantado mucho; tendría que cruzar los patios; y después de los patios el segundo palacio circundante; y nuevamente las escaleras y los patios; y nuevamente un palacio; y así durante miles de años; y cuando finalmente atravesara la última puerta –pero esto nunca, nunca podría suceder–, todavía le faltaría cruzar la capital, el centro del mundo, donde su escoria se amontona prodigiosamente. Nadie podría abrirse paso a través de ella, y menos aún con el mensaje de un muerto. Pero tú te sientas junto a tu ventana, y te lo imaginas, cuando cae la noche.





domingo, 19 de agosto de 2012

Chavela Vargas / Cosas del tequila


Chavela Vargas
COSAS DEL TEQUILA

Ha venido Marta a casa y me ha dicho que se ha muerto doña Amalita. Doña Amalita tenía más de cien años, y acabó por morirse. Había sido coronela en la revolución de Zapata.
—Pues vámonos a casa de la finada.
Y allí nos hemos presentado. Nos dieron un vasote de tequila, como corresponde en un velorio mexicano. Y luego otro. Y otro más. Venga lamentaciones, lloros y alegría. Y más tequila. Y así hasta las siete de la mañana. Ya había amanecido cuando nos fuimos todos en pachanga para el cementerio. Había que ver las lágrimas de los presentes. Eran lágrimas tequileras, porque estábamos con un cuete tremendo. La hija de doña Amalita decía:
—¡Adiós, madrecita, que nunca te volveré a ver!
Y así iba todo. Hasta que le pregunté a Marta.
—Pues ¿dónde está la muerta, que no la veo?
—¡Ay, señora! ¡Pues que no la trajimos, que se quedó allá en la casa!


Chavela Vargas
Y si quieres saber de mi pasado
Madrid, Aguilar, 2002, p. 208





sábado, 11 de agosto de 2012

Marilyn Monroe / Cuando tenía nueve años

Marilyn Monroe
CUANDO TENÍA NUEVE AÑOS


Más adelante descubrí qué era el sexo sin hacer ninguna pregunta. Casi tenía nueve años y vivía con una familia que alquilaba una habitación a un tipo llamado Kimmel. Era un hombre de aspecto serio: todos lo respetaban y lo llamaban señor Kimmel. Pasaba un día por delante de su cuarto cuando se abrió la puerta y me dijo con tranquilidad: —Pasa, Norma, por favor. Creía que iba a pedirme algún encargo. —¿Dónde quiere que vaya, señor Kimmel? —pregunté. —A ningún sitio —dijo cerrando la puerta; me sonrió y echó la llave—. Ahora no puedes salir —añadió como si estuviéramos jugando.



Marilyn Monroe, My Story





martes, 7 de agosto de 2012

Héctor Tizón / Edipo en Yala


Héctor Tizón
Edipo en Yala

Desde el amanecer garrapateo notas en este cuaderno. Cuando el sol remonta e interrumpo mi trabajo para jugar un rato con los perros sobre el césped de los fondos, A. H., el viejo extranjero que vive en Yala desde el treinta y dos o treinta y tres, me llama dando voces y asoma su cara olorada sobre la pirca, y con el aliento aromado por el anís turco, dice: “¡Ah, me había olvidado ayer: esa mujer, ¿recuerda?, de quien estaba contándole, la de Ocloyas, que se hace concubina del hombre que vuelve después de veinte años, era en realidad la madre. Me faltó decirle eso ¿Por qué no escribe esa historia?”.
   Yo digo:
   -¿Qué pasó después? ¿Él se arrancó los ojos?
  -Nada, hombre, nada -dice él-. Tuvieron once hijos.



Héctor Tizón
El resplandor de la hoguera. Fragmentos de una vida
Buenos Aires, Alfaguara, 2008.




viernes, 3 de agosto de 2012

Héctor Tizón / El desconocido






Héctor Tizón
EL DESCONOCIDO

Hace mucho tiempo, venía un hombre y se sentaba, preferentemente en esa mesa que da a la calle. Pedía algo, leía el diario y se iba. A veces, me decía dos o tres palabras. Eso se repitió durante años y yo siempre pensé que era una especie de vendedor, un viajante de comercio. Hasta que un día me llamó a la mesa y me dijo que me sentara, que quería decirme algo importante. Me senté. Mirá, me dijo, tengo cáncer y los médicos piensan que no me quedan más de 6 meses de vida. Pero no quería morirme sin decírtelo: yo soy tu padre.